Psic. Janice Ferrand Seminario, Subdirectora Nacional Fundación ELIC
Edición: Andrea Fernández Callegari
Pandemia es un término que proviene del griego pandemos y significa “reunión de todo un pueblo”. Hoy, por el impacto del coronavirus o COVID-19 en el mundo, podríamos actualizarlo a “reunión de toda la humanidad”. Y es que si algo nos está enseñando (a una “sana distancia”) esta crisis de salud pública es que somos un solo cuerpo, que todo está conectado y que compartimos el mismo destino.
Como humanidad, hemos labrado conjuntamente una historia con una característica esencial, señalada por el Dr. Serge Raynaud de la Ferrière en su libro Los Grandes Mensajes: “Si la historia, que tiene tantos libros, no tuviera más que una sola página, llegaría a la conclusión de que, siempre, es un eterno recomenzar”. Esto quiere decir que, como especie, aprender de nuestros errores es una capacidad aún demasiado incipiente y distante. Tanto es así que Nicholas A. Christakis, reconocido sociólogo y médico, señala en un artículo recién publicado que todas las pandemias de la gripe regresan, de manera confiable, cada década aproximadamente; lo único que varía es su intensidad y extensión. Veámoslo a través de la siguiente cronología:
- Gripe de 1918-1919. En solo 18 meses infectó a un tercio de la población mundial, es decir, alrededor de 100 millones de personas entonces. Ningún rincón del planeta se mantuvo a salvo de este virus. ¿Su origen? La mutación de una cepa de la gripe aviar (enfermedad de las aves, como las de corral, pollos, patos, etc.).
- Gripe asiática (1957). Causó un millón de muertes, y afectó especialmente a niños, adolescentes y adultos jóvenes en Hong Kong, Singapur, Taiwán, Japón, Estados Unidos, India y Australia. ¿Su origen? La mutación de un virus común en patos silvestres.
- Gripe de Hong Kong (1968-1969). Altamente contagiosa, dejó cerca de un millón de muertos. ¿Su origen? Una cepa similar a la de la gripe asiática.
- SARS (2002). Causada por un virus de la familia de los coronavirus, se extendió en 2003 a varios países del sudeste asiático, Europa y América del Norte. ¿Su origen? Por contagio del animal al hombre.
- Gripe porcina o H1N1 (2009-2010). Fue la primera pandemia del siglo XXI. ¿Su origen? Dos genes que circulan en los cerdos de Europa y Asia, así como también genes aviarios y humanos.
- Ébola (2013-2016). El brote se dio en Guinea, y se extendió luego a Liberia, Sierra Leona, Nigeria, Senegal, Malí, Estados Unidos, España y Reino Unido. ¿Su origen? Por contacto estrecho con órganos, sangre, secreciones u otros líquidos corporales de animales infectados (chimpancés, gorilas, murciélagos frugívoros, monos, antílopes, puercoespines, etc.).
Una sensualidad mórbida
Comúnmente, solemos asociar las enfermedades con el área de la salud, por lo que cada vez que se origina un brote, como los mencionados líneas arriba, nos focalizamos en encontrar la cura de una manera que raya en el fanatismo, con la esperanza de que esta pondrá fin a nuestros padecimientos para después regresar a nuestro estilo de vida previo. Así, hacemos caso omiso al fondo del problema para centrarnos en la forma, nos alejamos neuróticamente de la causa para centrarnos en el síntoma, mientras buscamos culpables por doquier en un afán de exonerarnos de cualquier responsabilidad ante hechos que indefectiblemente se declararán enfermedades sociales, como lo menciona el sabio francés Dr. Serge Raynaud de la Ferrière: “Así como hay enfermedades individuales, hay enfermedades sociales y todas ellas provienen de nuestras fallas, errores, cuyo lastre viene a agregarse a aquellas fallas cometidas por nuestros ascendientes” (Los Grandes Mensajes, pág. 428).
En un artículo publicado en el diario El País, la periodista Patricia Peiró muestra la directa conexión entre cada pandemia humana ocurrida en los últimos cien años y su origen en el reino animal. Esto nos ayuda a comprender que estas grandes propagaciones de enfermedades no son producto del azar, ni un capricho egoísta de la naturaleza, sino que están directamente relacionadas con la forma en que los seres humanos convivimos con nuestras especies hermanas. Peiró lo resume así: “Los murciélagos, el ébola; las civetas, el SARS; los perros, la rabia; los monos, el sida; las gallinas, la gripe aviar. Son algunos de los animales que han estado en el punto de mira cuando han estallado brotes de nuevas enfermedades”, detalla.
Resulta difícil imaginar la existencia de mercados callejeros en Asia, denominados “húmedos” por abastecer de animales vivos, listos para ser vendidos para su consumo fresco, como es el caso de Wuhan, en China, epicentro del brote del COVID-19. En estos centros de abasto, animales de diversas especies –muchas de ellas exóticas– se exhiben con rostros atribulados y aterrorizados en paupérrimas condiciones de salubridad. Pero, sin ir muy lejos, el mismo escenario lo viven millones de animales considerados domésticos –como la vaca, el chancho, la gallina, el conejo y el cuy–, con los cuales nos relacionamos hasta en un grado afectivo, para que después terminen en nuestro plato. Entonces, no deberíamos espantarnos por lo que sucede al otro lado del mundo con estos mercados, cuna de diversos tipos de virus.
Según Santiago Mas-Coma, catedrático de Parasitología en la Universidad de Valencia y presidente de la Federación Mundial de Medicina Tropical, “hay que prestar especial atención a los focos infecciosos que generan los mercados con animales vivos, en los que se destapan nuevas enfermedades zoonóticas (las contagiadas de animales a humanos)”.
De igual manera, Rikkert Reijnen, del Fondo Internacional para el Bienestar Animal, menciona lo siguiente: “Coges a especies salvajes, las pones bajo una situación de estrés y las mezclas con otras. Este es el hábitat perfecto para los virus, que son inteligentísimos. Sucedió ya con la gripe aviar, cuando se investigó el origen en unos pollos que habían adquirido el virus con restos fecales de los animales que tenían en la jaula de encima”.
En esa línea, Gema Rodríguez, de la WWF, presenta un escenario dantesco: hay una industria que trafica con especies protegidas, mueve entre 8000 y 10 000 millones de dólares al año, y tiene a China y Vietnam entre los países con mayor demanda. Por lo tanto, la especialista considera que la tragedia pandémica del coronavirus puede ser una oportunidad para que se revisen las leyes de protección animal.
Sin embargo, más allá de las condiciones de salubridad, lo que realmente estremece es el nivel de degradación moral al que hemos llegado como especie, al extremo de degenerar nuestra propia naturaleza humana, capaz de hacer florecer los sentimientos más compasivos y altruistas, cuya adecuada formación y consecuente manifestación cambiaría el rumbo de nuestra historia. Por ello, no estamos lejos de poder declarar un estado colectivo de desequilibrio mental, que, como refiere el Dr. Serge Raynaud de la Ferrière en su libro Yug, Yoga, Yoghismo. Una matesis de psicología, “[…] despierta una sensualidad mórbida”.
Equilibrio hombre-naturaleza
¿Cuál es la diferencia entre el ser humano y el animal? Su grado de inteligencia, que se traduce en la posibilidad de “elegir una vida, de decidir una parte de su destino; de reaccionar a su manera, según un cúmulo de factores, frente a los cuales el animal más elevado no es capaz de responder. Frente a esta libertad de acción, el ser humano comporta una gran responsabilidad, que reposa, NO solamente sobre su propio destino, sino que, también, incluye el destino de la humanidad entera” (Los Grandes Mensajes, pág. 428).
Si retrocediéramos en el tiempo, podríamos haber aprendido la lección tras las primeras pandemias gripales; no obstante, cuando los “principios fundamentales han sido violados durante largo tiempo”, deshumanizándonos al punto de matar indiscriminadamente a seres tan cercanos a nuestra propia especie por su carne, resulta tranquilizante que la propia naturaleza sea la que nos frene y urja a tomar consciencia ya. Este escenario, triste para el ser humano pero esperanzador para el planeta, representa una oportunidad para aprender de nuestros errores colectivos y sacar la lección de la experiencia, lo cual será posible siempre y cuando estemos dispuestos a generar cambios profundos en nuestros estilos de vida. Como lo señala el Dr. David Ferriz Olivares: “Experiencias, pruebas y dificultades, son los obstáculos naturales de esta existencia, en las cuales debemos buscar el beneficio de las lecciones que cada vez se repiten, pero que a menudo las venimos a comprender mejor con el tiempo”.
A la fecha, el COVID-19, que ha ocasionado cerca de 10 000 muertes y generado un sufrimiento indescriptible no solo a las víctimas y sus seres queridos, sino también a los médicos, enfermeras y personal de salud que exponen sus vidas a diario, nos ha llevado a un aislamiento forzoso, una recesión global, entre otras circunstancias; pero, si bien hoy es el coronavirus, mañana vendrá otro virus o bacteria para recordarnos lo que de buena manera no estamos dispuestos a entender.
Como sociedad, hemos llegado a un estado de degeneración física y mental que, de acuerdo con el Dr. de la Ferrière, “disminuye la moralidad y abate las fuerzas de resistencia de una nación, llegando a un estado de aptitud para contraer las enfermedades catalogadas como grandes epidemias”. Y agrega: “Estos flagelos obligan a suspender los hábitos malsanos, a encontrar nociones más justas, a aplicarse más estrictamente a los deberes esenciales (espíritu de verdad, de unidad, de disciplina, de caridad, y de altruismo)”.
Está más claro que el agua (de los canales de Venecia, recientemente transparente y llena de peces por la paralización del turismo): “Aquello que no queremos aprender de buen grado, nos es impuesto a la fuerza por el orden bienhechor de las cosas. Es decir, que los remedios parciales o teóricos jamás llegarán a refrenar definitivamente el retorno de los flagelos, porque la represión del mal no conduciría sino a hacerlo aparecer en otras partes y a transformarse en desgracia mayor, lo que no sucedería si se lo hubiera reprimido en su fuente”, revela el Dr. de la Ferrière.
En síntesis, la vida nos exige respeto e invita a trabajar en un mejor equilibrio hombre-naturaleza, ya que estamos en “la obligación de descubrir, de proclamar y de practicar las leyes naturales que regulan la conducta intelectual y moral de los hombres”, porque “quedará, en definitiva, como el único remedio general para alejar todas las miserias humanas y, por consiguiente: el único objeto o fin que se debe ofrecer, como solución, a los problemas de cada uno”.
Cerramos este llamado a la consciencia con una última frase del filósofo y escritor francés Dr. Serge Raynaud de la Ferrière, a quien rendimos homenaje en este artículo por su sabiduría y su pensamiento esperanzador: “En una palabra, la buena salud individual y social no puede alcanzarse sino mediante la buena voluntad, cada vez más fuerte, de obedecer las leyes naturales y divinas, es decir: de pensar en obrar en todas las cosas con justicia y con bondad”.
Bibliografía:
RAYNAUD DE LA FERRIERE, Serge (1972). Los Grandes Mensajes
FERRIZ OLIVARES, David (1986). El Retiro del Maestre Dr. SERGE RAYNAUD de la FERRIERE
Páginas Web:
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ABC HISTORIA. (27.04.2009).La Histeria de la gripe en Hong Kong. España.https://www.abc.es/internacional/20150206/abci-histeria-gripe-hong-kong-201502051052.html
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XLSEMANAL. LA GRIPE ESPAÑOLA, LA GRAN PANDEMIA MUNDIAL. https://www.xlsemanal.com/conocer/historia/20180206/gripe-espanola-una-pandemia-mundial.html